martes, 5 de febrero de 2013

La rampa


Srta. Insomnio: archivo
¡No patines en mi rampa! Decía aquella canción (pero en inglés).

Corría el ya lejano año '99, aquí, en mi ciudad de siempre. Pero yo ya no era la niña de siempre. Ya no... mis 13 años pasaron rápido, como cualquiera de las primeras caídas que tuve con mi tabla. El mejor regalo que me han hecho en la vida (al menos hasta entonces).

Me rompí un brazo, me fastidié una pierna y aquella sudadera tan maravillosa de los Death. Pero daba igual. Nadie firmaría mi escayola, no tendría otra sudadera. El brazo sanó, claro, como todos los huesos que se me han ido rompiendo a lo largo de la vida. Aunque ya creo que no estoy en edad de ir saltando escalones sin mirar el peligro, bah.

Decía que, en el '99, me di cuenta de muchas cosas y aprendí una muy importante: nadie debe pisotear a nadie. Que la aprendiera no quiere decir que la pusiera en práctica.

Digo siempre que aquel año fue en el que cambié y forjé lo que soy. Un espíritu insomne, a menudo retraído y demasiado preocupada por la brevedad y lo injusto de la existencia. Ser "rara", básicamente, a ojos de los demás.

Mi rampa se convirtió algo más que un sitio donde patinar, es el sitio donde podía ser yo misma y con quien yo quisiera. Y no tenía por qué ser un lugar físico. Cuando dejé de patinar, siguió "el lugar". Esa canción fue toda una declaración de intenciones a mis 13 años y, aunque ahora no escuche punk, siempre formará parte de la chica insomne. Aunque ya no tenga tabla. Ni rampa.

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