jueves, 31 de marzo de 2011

Verborrea


Probablemente no era su tipo.

No, seguramente no. Pero ahí estaba, enfrente de mi, diciéndome miles y miles de tonterías. Era (y es) la típica persona que habla sin parar de cosas tan banales y tan estúpidas pero que se las cree tan tan bien que no te queda más remedio que quedarte callada, mirando, y oyendo (que no escuchando).

Hablaba de cine de autor, de grupos post-punk que a mi sólo me parecen modernos y de tonterías variadas que para mi eran de lo más baladí.

A mi me gusta meter los pies en el agua limpia del mar. Me gusta ver películas malas mientras bebo cerveza chunga del chino, comer porquerías sentada en un parque. Hacer fotos a chorradas como casas y, a veces, tener alguien a quien querer para no sentirme lo que realmente soy: una persona gris y vacía. Yo que sé, que tendré gustos poco comunes, no lo niego, pero que mi vida no se basaba (ni se basa) en parecer una intensa 24 horas al día.

Lo dicho, ahí estaba yo mirándole, oyendo sólo 'blablablabla' y pensaba... ¿por qué no me dice de ir a dar una vuelta, a tomar algo que no sea agua sucia (té, infusiones) fuera de este bar con pinta de alternativo y que simplemente es caro de cojones?

Pues no, no me lo dijo. Me invitó a su casa, a follar, a follar mal. Y luego me fui tal y como había llegado. Con un dolor de cabeza del copón.

Y no es que no fuera su tipo. Es que realmente, por muy cara bonita que sea... no era el mío.

Llamémoslo verborrea. O gilipollas.

lunes, 14 de marzo de 2011

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Foto: Srta. Insomnio

Hay millones y millones de personas en el mundo.
¿De verdad pensabas que no habría ninguna para ti?

jueves, 3 de marzo de 2011

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Foto: Srta. Insomnio
Me levanté y me di cuenta de que tenía la cabeza estrellada contra el volante. -Otra noche más me he pasado bebiendo- me dije. Intenté arrancarlo pero no tenía gasolina. Estaba en un descampado cerca de la Universidad, no estaba lejos, al menos. Pero no tenía el bolso. Ni el bolso, ni el móvil, ni la cartera, ni las llaves. 40 minutos andando hasta casa. Llego. No puedo entrar, no hay nadie.

Decido ir a casa de... no recuerdo el nombre, pero sé que es a quien quiero ver. Llego al portal y aprovecho que alguien entra para pasar. -Gracias- le digo, pero no me contesta. Maleducado.

Parece que en casa hay una fiesta. Sí, la hay... se oye música y gente reír. La puerta está entreabierta. Le veo, al fondo de la sala. Camino hacia él pero parece que la gente está tan centrada en sus cosas que no me ve nadie. Oigo un chiste, es gracioso pero no puedo reírme. ¿Noto que atravieso cosas? Cuentan otra cosa graciosa. Tampoco me río. Y es entonces, en ese mismo instante en que no puedo ni sonreír un ápice cuando me doy cuenta de que estoy muerta.