Probablemente no era su tipo.
No, seguramente no. Pero ahí estaba, enfrente de mi, diciéndome miles y miles de tonterías. Era (y es) la típica persona que habla sin parar de cosas tan banales y tan estúpidas pero que se las cree tan tan bien que no te queda más remedio que quedarte callada, mirando, y oyendo (que no escuchando).
Hablaba de cine de autor, de grupos post-punk que a mi sólo me parecen modernos y de tonterías variadas que para mi eran de lo más baladí.
A mi me gusta meter los pies en el agua limpia del mar. Me gusta ver películas malas mientras bebo cerveza chunga del chino, comer porquerías sentada en un parque. Hacer fotos a chorradas como casas y, a veces, tener alguien a quien querer para no sentirme lo que realmente soy: una persona gris y vacía. Yo que sé, que tendré gustos poco comunes, no lo niego, pero que mi vida no se basaba (ni se basa) en parecer una intensa 24 horas al día.
Lo dicho, ahí estaba yo mirándole, oyendo sólo 'blablablabla' y pensaba... ¿por qué no me dice de ir a dar una vuelta, a tomar algo que no sea agua sucia (té, infusiones) fuera de este bar con pinta de alternativo y que simplemente es caro de cojones?
Pues no, no me lo dijo. Me invitó a su casa, a follar, a follar mal. Y luego me fui tal y como había llegado. Con un dolor de cabeza del copón.
Y no es que no fuera su tipo. Es que realmente, por muy cara bonita que sea... no era el mío.
Llamémoslo verborrea. O gilipollas.