jueves, 3 de marzo de 2011

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Foto: Srta. Insomnio
Me levanté y me di cuenta de que tenía la cabeza estrellada contra el volante. -Otra noche más me he pasado bebiendo- me dije. Intenté arrancarlo pero no tenía gasolina. Estaba en un descampado cerca de la Universidad, no estaba lejos, al menos. Pero no tenía el bolso. Ni el bolso, ni el móvil, ni la cartera, ni las llaves. 40 minutos andando hasta casa. Llego. No puedo entrar, no hay nadie.

Decido ir a casa de... no recuerdo el nombre, pero sé que es a quien quiero ver. Llego al portal y aprovecho que alguien entra para pasar. -Gracias- le digo, pero no me contesta. Maleducado.

Parece que en casa hay una fiesta. Sí, la hay... se oye música y gente reír. La puerta está entreabierta. Le veo, al fondo de la sala. Camino hacia él pero parece que la gente está tan centrada en sus cosas que no me ve nadie. Oigo un chiste, es gracioso pero no puedo reírme. ¿Noto que atravieso cosas? Cuentan otra cosa graciosa. Tampoco me río. Y es entonces, en ese mismo instante en que no puedo ni sonreír un ápice cuando me doy cuenta de que estoy muerta.

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