lunes, 18 de febrero de 2013

La trenza

Srta. Insomnio
Después de tanto tiempo sin pisarla he vuelto. Tras un rato sentada en la arena, hundiendo los pies entre los fríos granitos, mi mente empieza a divagar. Me gusta la sensación de la brisa en mi cara, el sonido de las olas rompiendo en la orilla. Agarro ese momento como si fuera sólo mío y disfruto de las vistas poniéndome música.

Hay poca luz ya, pero la que queda frente a mí se ve interrumpida ligeramente por la aparición de otro actor. Más bien es una actriz que se dispone a introducir sus pies en la orilla; atrás ha dejado unas chanclas y un pequeño bolso.  Mientras lanza piedras haciéndolas saltar me detengo y veo sus facciones nórdicas, de princesa de cuento, vestida con un fino vestido negro. Tiene la piel blanca y el pelo recogido en una trenza ; de color naranja es. Odio el color naranja y el por qué viene a mi mente de golpe, se parece a aquella chica con la que me llevo tan mal. De hecho, se parece tanto que no puedo dejar de mirarla y es una sensación que llega a incomodar.

Quizás no tenga nada que ver con la otra, pero se parecen, y ya está. La cosa es que algo asalta mi mente y me da por pensar que lo mismo tendría que dejar de mirar, que estoy interrumpiendo un momento que es de ella (como ella hizo conmigo antes). La verdad es que es una chica guapa, de esas de belleza física innegable. Mi lista de reproducción se detiene, ahora sólo oigo el romper del mar en las piedras de la orilla.

Por un instante la chica ha desaparecido de mi mente, se me ha olvidado… miro hacia donde estaba. Ya se ha ido. En su lugar no queda nada más que agua. Debería irme a casa. Empieza a hacer frío.

viernes, 8 de febrero de 2013

Fui a por trabajo...

Srta. Insomnio: archivo


Hace unos años, cuando acababa tercero de carrera concretamente, decidí que era el momento ideal para introducirme de lleno en el mundillo laboral periodístico y, como no podía ser de otra manera, decidí ser becaria. Ese momento en el que crees que todo es jauja, que tendrás un "trabajillo remuneradillo" con el que pagarte tus caprichitos sin estresarte demasiado porque tienes que seguir estudiando (mañana y tarde en mi caso). Ay... bendita inocencia.



El caso es que por aquel entonces me inscribí en muchas ofertas de "becario de redacción", "becario de producción", "becario de maquetación" y un largo etcétera. Si en el periodismo profesional hay competencia, entre los becarios no iba a ser menos. Pero tuve "suerte", por lo visto, y me llamaron de una radio local de cuyo nombre no quiero acordarme pero me acuerdo (pasa mucho esto). Me dieron la dirección y un número de teléfono móvil al que podía llamar si me perdía. -¿Cómo me voy a perder? - Pensé.- ¡Si está al lado de tal radio famosísima que no mencionaré!-. Pues me perdí. Empezamos bien.

Una calurosa mañana de julio llego al barrio donde se encontraba esta emisora tan cuqui y busqué y busqué el número del edificio pero no lo encontré. Llamé al señor en un intento desesperado de ubicarme de una puñetera vez y no me ayudó nada. Entonces eché mano de mi gran elocuencia y busqué carteles que no encontré. Entonces eché mano, otra vez, de mi no tan gran elocuencia y me colé en varios portales con el objetivo de encontrar los buzones y dar con el piso. ¡Bingo! Lo encontré, no sin antes cagarme un poquito en los muertos del señor de las indicaciones que no me dijo que los bloques tenían dos números diferentes, el nuevo y el antiguo, por ser aquello un barrio emergente y tener que re-numerar los bloques en función de no se qué mierda. Por suerte, siempre suelo ir con tiempo a la entrevistas. Desde ese día con más ahínco, incluso.

A esto que llego a la emisora y me dicen que tengo que esperar a un tal Juan Antonio. A los 15 minutos veo a un señor que me dice "¿de la facultad, no?". Asentí con la cabeza y me dijo que tenía que esperarme allí porque había más gente haciendo la prueba. Y qué gente. Decido esperar en el mostrador porque llevo pantalones largos y se me pega el culo en el asiento de polipiel barato. Al rato oigo la puerta, a lo que hago caso omiso hasta que, de repente, oigo "¡no te escondas fantasma!", sigue gritando improperios que no reproduciré (se ve que había confianza) y veo cómo la planta de mi izquierda se agita enormemente hasta que se le caen algunas hojas encima mía y en el suelo. Entonces aparece un señor madurito que me dice "¡ah! ¿pero que no eres Juan Antonio?". Pues no, señor, no. ¿No está viendo que soy una joven despampanante de larga y lujuriosa melena? 

Por fin aparece el tal Juan Antonio, me lleva a una sala de locución no sin antes decirme que hay qué ver cuántos piercings tengo y si las rastas se hacen con barrio (muy inteligente). Me hace de locutar unos cuantos anuncios en los que parezco de todo menos una persona cuerda y luego me lleva a una sala donde, por bendita casualidad, encuentro a una tocaya mía con la que hice algún que otro trabajo de clase y que me provocó una serie de infartos e ictus con su manera de ser de los que aún no me he recuperado. Mentira lo de las enfermedades pero una persona que en tercero de carrera, periodismo además, teme encender una cámara de vídeo o no sabe qué es un puerto USB no merece respeto ni merece nada. Se alegra mucho de verme esta muchacha y me dice "¡ayyy, espero que caigamos juntiitas! ¡se me han puesto los vellos de a metro de verte!". Y a mi, hija, y a mi. Al acabar este momento reencuentro, el señor me dice que tengo que demostrar mis habilidades con Photoshop (por lo visto también tienen una revista) y que tengo que hacer un montaje colocando a Naím Thomas (búsquenlo en Google) al lado de una cascada paradisíaca. Lo hago y... no podía tener más suerte en la vida que resulta que se me queda pillado el maldito ordenador y no puedo guardar mi obra de arte. Una chica con una camiseta de Nightwish y un montón de anillos de oro (todo muy acorde) me mira con cara de "menuda subnormal" y me dice que deje quieto "eso" y que vaya a recepción otra vez.

Me dirijo a recepción, le cuento al señor amable lo que me ha sucedido y que, como el ordenador se me ha bloqueado no he hecho la prueba escrita todavía. Va a la sala de antes y, al rato, vuelve diciéndome "bueno, ya te puedes ir, ya te llamaremos".-¿Pero se puede saber qué cojones pasa aquí?- Me dije para mis adentros. Por lo visto el ordenador era el vellocino de oro mínimo y yo lo rompí porque es que meterle un programa de esas características a un procesador de los tiempos de cuando Bill Gates se hacía pajillas en su cuarto rodeado de pósters de Star Wars es una idea cojonuda (cuánto daño hizo el Windows 2000).

Y me fui, cabizbaja, indignadísima y con toda la solana rondando las dos de la tarde. Y no, obviamente no me llamaron.

martes, 5 de febrero de 2013

La rampa


Srta. Insomnio: archivo
¡No patines en mi rampa! Decía aquella canción (pero en inglés).

Corría el ya lejano año '99, aquí, en mi ciudad de siempre. Pero yo ya no era la niña de siempre. Ya no... mis 13 años pasaron rápido, como cualquiera de las primeras caídas que tuve con mi tabla. El mejor regalo que me han hecho en la vida (al menos hasta entonces).

Me rompí un brazo, me fastidié una pierna y aquella sudadera tan maravillosa de los Death. Pero daba igual. Nadie firmaría mi escayola, no tendría otra sudadera. El brazo sanó, claro, como todos los huesos que se me han ido rompiendo a lo largo de la vida. Aunque ya creo que no estoy en edad de ir saltando escalones sin mirar el peligro, bah.

Decía que, en el '99, me di cuenta de muchas cosas y aprendí una muy importante: nadie debe pisotear a nadie. Que la aprendiera no quiere decir que la pusiera en práctica.

Digo siempre que aquel año fue en el que cambié y forjé lo que soy. Un espíritu insomne, a menudo retraído y demasiado preocupada por la brevedad y lo injusto de la existencia. Ser "rara", básicamente, a ojos de los demás.

Mi rampa se convirtió algo más que un sitio donde patinar, es el sitio donde podía ser yo misma y con quien yo quisiera. Y no tenía por qué ser un lugar físico. Cuando dejé de patinar, siguió "el lugar". Esa canción fue toda una declaración de intenciones a mis 13 años y, aunque ahora no escuche punk, siempre formará parte de la chica insomne. Aunque ya no tenga tabla. Ni rampa.